José Barta; miércoles 16 de julio 2014
(Este artículo se lo dedico, con afecto, al Profesor Javier Barraca, por su calidad humana e intelectual, que le convierten en un amigo imprescindible)
Hace unos días, en la sede de ASE manifesté mi convicción de que el actual deterioro de la moral pública española es atribuible, en parte, al trabajo realizado por nuestras Escuelas de Negocios, desde finales de los años ochenta, dado el énfasis que ponían en la incorporación y defensa de Valores éticos en las empresas, justificándolo como un elemento clave del éxito económico a largo plazo.
De esta manera se han formado generaciones de directivos a los que se les vendía la idea de que la adopción de decisiones empresariales desde una actitud virtuosa (rechazar el acto éticamente reprobable aun cuando suponga perdida de nuevos contratos o caída de facturación; ser veraz respecto a la cuenta de resultados aun cuando esto incida en menores dividendos; remunerar con justicia a empleados y proveedores, en virtud del autentico valor añadido aportado a la empresa, etc.) generaría mejores resultados económicos a la misma; algo que, en menos tiempo del que tardaban en escucharlo comprobaban que resultaba falso.
No solo no estoy en contra de la toma de decisiones empresariales ajustadas a valores éticos, soy un firme defensor de ello, y así lo he intentado vivir a lo largo de mi vida profesional, con los errores propios de todo ser humano, algo que no hace que los justifique al día de hoy, arrepintiéndome incluso de los que pudieran ofrecerse como inevitables. Pido perdón a cuantos los sufrieron. Pero en apoyo de este comportamiento no se puede aducir el beneficio económico, esto no se corresponde con la realidad; la asunción de compromisos éticos, en la medida en que se asumen como inspiradores de acciones empresariales, por su propia naturaleza pueden buscar la generación de mayor riqueza, siempre que esta no se limite al plano meramente económico. La felicidad personal puede ser una de las consecuencias de la asunción de comportamientos éticos, pero siempre sería una consecuencia, difícilmente se podría encontrar una razón suprapersonal para la adopción institucional de comportamientos éticos, salvo la de la pacífica convivencia, y este tipo de razones se presta a la simulación, dado que no tienen porque comprometer existencialmente a las personas que integran dichas organizaciones.
Y aquí nos encontramos con un gravísimo problema, pues si existe algo peor que la injusticia eso es la simulación; la simulación en si misma oculta la verdad, deformándola, minimizándola y corrompiéndola. Y esto es lo que sostengo que se ha ido propiciando desde la mayoría de los Departamentos de Ética de nuestras Escuelas de Negocios (Es esta una forma de hablar ya que me horroriza el enclaustramiento de la ética en un Departamento “especializado”, cuando los valores convivenciales debieran encontrarse muy presentes en todos aquellos docentes que desarrollan una materia, independientemente del tipo de conocimiento y ámbito de competencia de la misma).
En una sociedad en la que:
a) su clase política se encuentra marcada por los escándalos de corrupción, consecuencia del uso arbitrario de su poder;
b) numerosos empresarios – incluidos altos dirigentes de organizaciones empresariales – se han visto incursos en procesos judiciales por participar, apoyar o propiciar dicha corrupción, así como por defraudar a la Hacienda Pública;
c) un importantísimo número de entidades financieras, que se suponen desempeñan un papel crucial en el desarrollo de la actividad económica de familias y empresas – especialmente de las pequeñas -, razón por la que gozan de importantes ventajas fiscales y de acceso privilegiado a mercados monetarios, han conspirado en beneficio de unos pocos, a costa del perjuicio de la mayoría de sus clientes;
d) el poder del Estado, gestionado por el Gobierno, se ha puesto al servicio de una oligarquía, sacrificando, social y económicamente, a la mayoría de los ciudadanos del país, eludiendo sistemáticamente la investigación sobre las tramas de corrupción;
e) Los consumidores se encuentran a merced de las grandes empresas, a pesar de las continuas denuncias que al respecto se han hecho desde instituciones tan poco sospechosas como el Tribunal Europeo de Justicia;
f) El lector seguro que podría incorporar media docena más de ejemplos, por lo que no deseo ser exhaustivo en esta enumeración.
En una sociedad así no resulta demasiado creíble que se pueda triunfar siendo honesto.
En una sociedad como la que se ha desarrollado en nuestros territorios, la honestidad, la justicia, la veracidad…molestan (y MUCHO), ya que no solo echan en cara el comportamiento insolidario, e incluso ilegal, de los corruptos, sino que les impide lograr los beneficios buscados.
Sin embargo la “imagen” de virtud siempre resulta atractiva, y por ello conveniente para los negocios, suscitándose el “interés” por la “simulación”. En este punto nos encontramos con una paradoja, que no es la única, por la que en la “católica” España proliferan los criterios protestantes, como la convicción calvinista de que el “éxito en los proyectos y empresas materiales son manifestación de predestinación”.
Quizás por esta causa en la reunión de ASE, mencionada al principio, para alguno de mis interlocutores resultaba inconcebible que yo pudiera afirmar que el éxito no solo no acompaña, en una sociedad como la nuestra, la coherencia en valores éticos (o morales), más bien estos se convierten en una lacra para aquel.
Esta degradación no es nueva en la Historia de la Humanidad, Platón, en su Republica (Libro II, Capítulo IV), nos habla sobre como la simulación hace parecer virtuoso al injusto, mientras que la virtud no salva de la maledicencia al justo, que se ve indefenso ante la misma. Lo cual se transforma en triunfo para el corrupto y desprecio, incluso muerte, para aquel que en su virtud no puede hacer uso, en su defensa, de los recursos inmorales que se encuentran al alcance del primero.
Platón llega a tal descripción de este proceso, de vejación del justo, que Benedicto XVI (Jesus de Nazaret. Primera Parte. Pg. 71) valora dichos párrafos con un cierto carácter profético, preanuncio de la Pasión por Cristo.
“Pero si acaso en algún punto mi lenguaje resultare demasiado duro, no creas, Sócrates, que hablo por boca mía, sino en nombre de quienes prefieren la injusticia a la justicia; dirán estos que, si es como hemos dicho, el justo será flagelado, torturado, encarcelado, le quemarán los ojos, y tras de haber padecido toda clase de males, será al fin empalado y aprenderá de este modo que no hay que querer ser justo, sino solo parecerlo.” (Platón. La Republica, 361e)
En cuanto al devenir de la vida del corrupto, Platón, nos hace una descripción, que parece profética para nuestra época: “Empieza por mandar ante todo en el Estado, apoyado por su reputación de hombre bueno, tomar luego esposa de la casa que desee, casa sus hijos con quien quiera, trata y mantiene relaciones con quien se le antoje y obtiene de todo ello ventajas y provechos por su propia falta de escrúpulos para cometer el mal. Si se ve envuelto en procesos públicos o privados podrá vencer en ellos y quedar encima de sus adversarios, y al resultar vencedor se enriquecerá y podrá beneficiar a sus amigos y dañar a sus enemigos y dedicar a los dioses copiosos y magníficos sacrificios y ofrendas, con lo cual honrará mucho mejor que el justo a los dioses y a aquellos hombres a quienes se proponga honrar, de modo que hay que esperar razonablemente que por este procedimiento llegue a ser más amado de los dioses que el varón justo.
Tanto es, según dicen, ¡oh, Sócrates!, lo que supera a la vida del justo la que dioses y hombres deparan al que no lo es. “ (Platón. La Republica, 362b-362c)
¿No les suena muchas de las acciones generadas por las políticas de Responsabilidad Social Corporativa de grandes empresas a ofrendas a los dioses? Se engaña a los clientes en la facturación, se aplazan artificiosamente las indemnizaciones, se bloquean políticas de mejora de la competencia en los mercados, se reducen plantillas con ayudas económicas públicas (como durante tantos años sucedió con los EREs), se eliminan prestaciones sociales y de formación a los empleados, y con este marco de comportamiento se atreven a constituir artificiosos instrumentos para “asumir sus compromisos en relación con su Responsabilidad Social Corporativa.
En este sentido se crearon en los últimos treinta años toda una red de servicios profesionales al servicio de la “simulación”, si bien se suelen autodefinir como comunicadores de una “imagen solidaria”.
Importantes empresarios, y muchos directivos, imbuidos aparentemente de firmes valores éticos, encuentran razonable la adopción de decisiones empresariales que tenga como objetivo último el beneficio económico de la empresa, aun cuando las mismas exijan medidas claramente deshonestas, o de muy dudosa equidad, justificándolas en la necesaria supervivencia empresarial, y en el eufemístico y pernicioso “mal menor”. Eso sí, siempre que con parte de los beneficios se acometan actuaciones acordes con la Responsabilidad Social Corporativa, esa responsabilidad que no han sido capaces de defender con su comportamiento empresarial.
¿Pero resulta tan difícil percibir que todo esto o es una farsa, o en un comportamiento, empresarial y personal, esquizofrénico?
Recurro nuevamente a Platón que, hace dos mil cuatrocientos años, anticipaba todo esto que comento:
“¿Debo seguir el camino de la justicia o la torcida senda del fraude para escalar la alta fortaleza y vivir en lo sucesivo atrincherado en ella?
Porque me dicen que no sacaré de ser justo, aunque parezca no serlo, nada más que trabajos y desventajas manifiestas. En cambio, se habla de una “vida maravillosa” para quien, siendo injusto, haya sabido darse apariencia de justicia. Por consiguiente, puesto que, como me demuestran los sabios, “la apariencia vence incluso a la realidad” y “es dueña de la dicha”, hay que dedicarse por entero a conseguirla. Me rodearé, pues, de una ostentosa fachada que reproduzca los rasgos esenciales de la virtud y llevaré arrastrando tras de mí la zorra, “astuta y ambiciosa”, del sapientísimo Arquíloco». «Pero –se objetará– no es fácil ser siempre malo sin que alguna vez lo adviertan los demás».
«Tampoco hay ninguna otra empresa de grandes vuelos –responderemos– que no presente dificultades. En todo caso, si aspiramos a ser felices no tenemos más remedio que seguir el camino que nos marcan las huellas de la tradición. Para pasar inadvertidos podemos, además, organizar conjuras y asociaciones y también existen maestros de elocuencia que enseñan el arte de convencer a asambleas populares y jurados, de modo que podremos utilizar unas veces la persuasión y otras la fuerza con el fin de abusar de los demás y no sufrir el castigo». (Platón. La Republica, 365b-365d)
La defensa de comportamientos realmente éticos en las empresas se encuentran vinculados, necesariamente, con el desarrollo de valores éticos personales por parte de sus integrantes, y estos tienen mucho que ver con el sentido de dignidad que se atribuya a todo ser humano, por el mero hecho de serlo.
No es posible una moral social, o corporativa, sin la preexistencia de una moral personal.
Este es el gran reto de nuestra sociedad, al que difícilmente darán respuesta las Escuelas de Negocios si no se replantean la naturaleza de los necesarios comportamientos éticos, en todas y cada una de las unidades de gestión de cada empresa.
No queda la menor duda ya de que el fundamento de la crisis que sufrimos es debido, en gran medida, a la falta de valores éticos de la mayoría de sus protagonistas, de aquí se deriva una importante necesidad de regeneración de esta sociedad desde esta perspectiva de la recuperación de valores convivenciales, si no deseamos que se repita en breve plazo. Esto implica un reto importante a todos los agentes responsables, pero especialmente a las instituciones especializadas en la formación y reciclaje de dirigentes empresariales, como son las Escuelas de Negocio, por lo que deberán revisar a fondo sus programas y metodologías.
Este trabajo no resultará fácil, máxime si el discente no tiene claro el fin último de la persona, y no se le ayuda a percatarse de la necesidad de “sentido existencial” que toda vida precisa para su “crecimiento personal”.
No estoy hablando de religión, pero no me parece fuera de lugar recomendar a mis lectores, para estas vacaciones, la lectura sosegada de tres Encíclicas: Capítulos Tercero, Cuarto y Sexto de Caritas in Veritate, de Benedicto XVI; Capitulo II y puntos 98-101, de Veritatis Splendor, de San Juan Pablo II; y el Capitulo Segundo, Punto I, de Evangelii Gaudium, de Francisco (animo a comenzar por esta última y seguir con las anteriores, y por supuesto a leérselas enteras).