José Barta; 1 de julio de 2013
El filósofo alemán, a caballo entre EEUU y Turquía, Hans-Herman Hoppe, ha visitado Madrid para promocionar su último libro; aprovechando dicha circunstancia dio una conferencia en la Fundación Rafael del Pino.
Hoppe, en el entorno de dicha conferencia, se ha descolgado con afirmaciones tales como que “la mejor manera de debatir con economistas como Paul Krugman (premio Nobel de economía en el 2008) es hablar con ellos como si fueran niños pequeños”, el fenómeno del 15M – y similares – no pasan de ser “protestas de ignorantes económicos que no entienden que esos escándalos financieros que tanto les disgustan tienen todo que ver con el socialismo monetario en el que vivimos (…) son meros izquierdistas que no tienen el más mínimo entendimiento de la economía” y “a día de hoy, como los alemanes hacen alguna que otra cosa bien, esto les permite tener la capacidad de rescatar a países como España. El problema es que esto hace que España siga cometiendo estupideces económicas.”
Hoppe se encuentra integrado en el movimiento autodenominado “anarco capitalismo”, en la que uno de sus más conspicuos miembros es David Friedman (hijo del también premio Nobel Milton Friedman)
Hoppe cree que “la propiedad privada es el fundamento de la vida humana”, y que el único orden admisible es aquel que los ciudadanos-propietarios libres deciden darse a sí mismos, por esto antepone la bondad de la monarquía absolutista a la de la democracia occidental, dado que entiende “que el Rey considera el Estado como su propiedad privada. Esto le llevará a pensar más en el largo plazo y a intentar preservar el valor de su capital, de ese Estado que, en cierta medida, es suyo.”
Ejércitos, prisiones, juzgados, todas estas instituciones desarrolladas mediante gestión privada, son algunas de las propuestas típicas de los anarco-capitalistas. La mayoría de las mismas resultan disparatadas pero otras muchas, poco a poco, van abriéndose camino en nuestra sociedad.
Hoppe se muestra indignado con las políticas económicas actuales, a las que acusa de dañar gravemente “al emprendimiento (lo que) contrasta con el beneficio obtenido por empresas financieras, que en un sistema monetario como el actual tienen un rol privilegiado”, pero la verdad es que sus teorías benefician principalmente al sector financiero, al que terminan convirtiendo en elemento estratégico para el desarrollo de las mismas, sin que admita control legal, ni ético, sobre sus operaciones.
Hoppe, que hunde sus raíces teóricas en Kant y en Habermas, niega valor alguno que trascienda a la propia persona, rechazando toda aquella norma imperativa, interna o externa, que no sea fruto de la autodeterminación personal o del consenso colectivo, sin darse cuenta de que “la tarea de poner el poder bajo la medida del derecho, remite a una cuestión ulterior: a la de cómo surge el derecho, y cómo tiene que estar hecho el derecho para convertirse en vehículo de la justicia y no en privilegio de aquellos que tienen el poder de dictar el derecho.” («Las bases morales prepolíticas del Estado liberal», según Joseph Ratzinger. Dialogo Habermas-Ratzinger 19 de enero de 2004)
En definitiva, el contrasentido argumental de Hoppe hunde sus raíces en un relativismo ético que – so capa de defensa de la libertad – deja la libertad individual y colectiva, en la práctica, en manos de los más poderosos.