José Barta, 24 de agosto 2020
Si pudiéramos establecer un ranking de coyunturas que marcaran diferencias criticas entre instituciones y empresas innovadoras y no, no creo que tuviéramos la menor duda en que una pandemia, como la que vivimos, ocuparía la primera posición.
La capacidad de superar las adversidades naturales ha marcado la diferencia, a lo largo de la historia, entre las personas y los animales. Mientras el animal se adapta o desaparece, el ser humano gestiona la adversidad superándola. La innovación como desarrollo de nuevas soluciones, más eficientes y/o rentables, a viejos y nuevos problemas, se configura como la clave de la supervivencia y crecimiento de empresas y países y, teóricamente, se encuentra al alcance de todos, por ser fruto de la naturaleza humana.
La innovación no requiere necesariamente grandes recursos económicos, pero exige la puesta en valor del conocimiento de las personas que participan en los diversos procesos afectados. En definitiva, la capacidad de innovar se encuentra al alcance de todo el mundo, independientemente de su capacidad económica e incluso su formación académica, pero supone un extraordinario esfuerzo, dado que exige trabajar realmente en equipo, para lo que se precisa una cierta técnica, mucha constancia, esfuerzo individual y colectivo, generosidad personal para comunicar conocimientos y respeto por todos y cada uno de los integrantes del grupo. En la mayoría de las ocasiones no exige nuevos descubrimientos científicos o tecnológicos, basta con aplicar los ya existentes de manera novedosa. Este es, desde mi punto de vista, el gran reto que se nos presenta. Tanto en el ámbito del sector público como en el de la empresa privada
Una realidad tan importante, para nuestra economía, como el atractivo de nuestro país para captar jubilados del resto de Europa, como residentes permanentes, era cuestionada, como utópica, hace menos de treinta años, por la mayoría de los inmobiliarios de la época. Tuve ocasión de sufrirlo en un Congreso de ASPRIMA (Asociación de Promotores Inmobiliarios de Madrid), en el que hablé de ello, por expresa invitación de su Junta Directiva, al comienzo de los años 90.
España posee un potencial innegable en su clima, su gastronomía, su cultura de acogida (a pesar de los esfuerzos de nuestros gobernantes por hacernos creer lo contrario), sus precios asequibles a las economías medias y altas de los países que encabezan la Unión Europea…lo que la hacen muy atractiva para visitar…y para vivir.
Hoy en día nadie discute la aportación a nuestro PIB de jubilados ingleses, alemanes, etc., me gustaría focalizar la atención en nuestro potencial para ser residencia permanente de profesionales altamente cualificados, que trabajan en distintos países de la Unión Europea. Pasar de ser la Florida de Europa a la California de Europa, si se me permite el símil, con sus lógicas limitaciones.
La actual pandemia está provocando importantes perdidas humanas y económicas, especialmente en nuestro país, pero también está precipitando cambios culturales y organizativos en el ámbito del trabajo, de la mano de las TIC, generando extraordinarias oportunidades de negocio para aquellos que sean capaces de verlas.
La deslocalización de usuarios y consumidores buscando mercados de mayor poder adquisitivo, es una de las estrategias encaminadas a incrementar la productividad y el beneficio empresarial, en beneficio de todas las partes, pues reduce costes a los primeros y genera empleos estables, y mejor remunerados, a los prestatarios y productores.
El pasado mes de julio, la Cia. LandLord Insurance, británica, especializada en seguros para propietarios de inmuebles, publicaba un informe con las 25 mejores ciudades del mundo desde las que trabajar online. Madrid ocupa el primer lugar, en dicho ranking.
El estudio, confeccionado desde la perspectiva de los intereses de los profesionales británicos singles, pondera once elementos relevantes para la economía y la cultura de los mismo, por ello no puede faltar el coste de la Pinta, junto al precio del alquiler de apartamentos, el de las conexiones a internet, la alimentación, el del transporte público, actividades de ocio, deportivas y culturales, vuelos de ida y vuelta a casa, etc., en relación con los sueldos británicos.
Si a los elementos anteriores le sumamos la asistencia sanitaria y la educación infantil, primaria y secundaria, estaremos afrontando un diseño de oferta no limitada a profesionales singles, o sin hijos, del Reino Unido, la abriremos potencialmente a todos aquellos profesionales cualificados, con capacidad de trabajo online, con hijos, procedentes de la islas así como de otros países, en especial los del centro y norte de Europa, prioritariamente de la zona euro.
Ampliar nuestro atractivo a dichos mercados exigiría mejorar nuestra oferta sanitaria, especialmente en el ámbito de la atención primaria (no nos engañemos, bastante deteriorada por los continuos recortes presupuestarios, como se ha comprobado con la pandemia), así como la de educación escolar en el nivel de bachillerato internacional, agilizar los tramites burocráticos y no disparatar la fiscalidad sobre las personas físicas por encima de la existente en sus respectivos países.
En este contexto Madrid se encuentra con claras ventajas frente a otras grandes ciudades europeas y españolas, contando con la presencia de un muy elevado número de clínicas de prestigio internacional, así como con numerosos colegios y liceos internacionales, lo que facilita el diseño de una estrategia que favorezca la ubicación de dichos profesionales y de sus familias, teniendo en cuenta sus distintas singularidades culturales a los efectos de ubicaciones concretas, en función de los requerimientos de entorno.
La captación de este perfil de inmigrantes, además de capacidad de gasto e inversión (en vivienda, restauración, etc.) y crecimiento demográfico, aportaría riqueza de conocimientos especializados, incrementando el conocimiento de culturas centro y norte europeas, facilitando simbiosis que enriquecerían la nuestra, al tiempo que se potenciaría nuestra imagen en sus respectivos países.
Esta es una línea de trabajo, no pretendo dar solución a todos los problemas y dificultades que pudieran surgir, eso debe ser fruto final de un proceso, que exige crear un ecosistema de emprendimiento innovador, en el que deben participar los posibles futuros usuarios. Lo que separa una idea atractiva de una prospera realidad, son horas de trabajo bien planificado y coordinado.
Me gustaría pensar que no pasarán diez años hasta que se haga realidad, perdiendo la posibilidad de liderarlo, o nos quedemos sin opciones, ante la mayor capacidad de reacción de competidores peor situados actualmente.
Un proyecto de este tipo permite planificación a pequeña escala, lo que lo pondría al alcance de un grupo empresarial, confiando en que el sector público, a la vista de los resultados, se decida a apoyarlo.