José Barta. 28 de abril 2020
Ante la marcada diferencia de test por habitante, existente entre los distintos países afectados por la pandemia Covid-19, desde el comienzo de mis informes opté por referenciar el número de fallecidos, a causa de la misma, por el número de habitantes.
Este ratio no es perfecto, en parte por la deficiente información que algunos países, como España, aportan sobre el número real de fallecimientos por esta enfermedad; por otra parte por la dificultad en conocer la población real que algunos países tiene, como Brasil o Mexico, pero es si duda el más fiable de los posibles.
¿Fiables en cuanto a qué? Mal que nos pese, por nuestros malos resultados, en cuanto a los resultados de las políticas sanitarias adoptadas por sus respectivos Gobiernos.
Mi vida profesional ha girado, desde su comienzo, en tratar de diseñar, e implementar, aquellas estrategias más eficientes para el logro de los mejores resultados, y lo primero que aprendí es que el conocimiento de “la autentica realidad”, sin eufemismos estadísticos, o contables, o psicológicos, o emocionales (la mentira o la ignorancia adopta múltiples excusas) resulta crítico para el éxito.
La realidad nunca es pesimista, ni inconveniente, ni peligrosa; el conocimiento de la realidad resulta imprescindible para potenciar sus bondades y minimizar sus riesgos.
Esto parece algo elemental, pero la práctica descubre que no es habitual.
Todo este preámbulo es consecuencia de la continua desinformación que sufrimos en España.
La realidad objetiva es que, una de las consecuencias de nuestra actual gestión sanitaria, otra sería la económica, es el ocupar la segunda posición en el ranking mundial de fallecimientos por habitante, por Covid-19, después de semanas ocupando la primera plaza.