José Barta; 26 de diciembre 2016
He de admitir que desde que las protestas indignadas, afloradas en los acontecimientos del histórico 15 de mayo de 2011, se convirtieron en movimientos ciudadanos para la acción política, mi ánimo se ha debatido entre la satisfacción de comprobar como “esta vez” no se quedaba todo en “un instante de cabreo” y la preocupación por los recursos intelectuales y éticos precisos, por parte de los mismos, para no “escapar del agua y caer en las brasas”.
Por esta razón he seguido muy de cerca a sus principales protagonistas, estudiando sus acciones, sus intereses y sus fundamentos intelectuales, en un proceso de fuera a dentro, propio de las relaciones humanas.
Este método de aproximación me ha llevado a estudiar los escritos de aquellos que han publicado. Entre estos se encuentran Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, de los que he obtenido abundante documentación, incluyendo sus respectivas tesis doctorales.
Chantal Mouffe publicaba el pasado 10 de junio, en El País, un artículo en el que exponía como “hoy en Europa estamos viviendo un momento populista que significa un punto de inflexión para nuestras democracias, cuyo futuro dependerá de la respuesta que se dé a ese reto.” Personalmente, sobre esta apreciación de Mouffe, no puedo estar más de acuerdo, al extremo que entiendo que realizan un flaco servicio a la sociedad aquellos que, sin defender intereses exclusivamente personales, se niegan a reconocerlos como una realidad sociológica insoslayable, calificándolos de pura demagogia.
Me entristece observar como muchos que se lamentaban del “pasotismo” de la gente joven, y no tan joven, se niegan hoy a aceptar cualquier tipo de “reacción” contra la injusticia, salvo que la misma acceda a “dejar las cosas como estaban”, mostrando que se encuentra inmersos en un “ceremonialismo” manierista, que les impide “darse cuenta de que la coyuntura social ha cambiado y no sirve el empeño de aplicar fórmulas anteriores.” (¿Quién es el hombre? Leonardo Polo. Ed. Rialp 1991)
En el artículo citado anteriormente, Mouffe continua diciendo que “el populismo no es una ideología y no se le puede atribuir un contenido programático específico. Tampoco es un régimen político y es compatible con una variedad de formas estatales. (…) Surge cuando se busca construir un nuevo sujeto de la acción colectiva —el pueblo— capaz de reconfigurar un orden social vivido como injusto.”
Es este el contexto en el que deambulan los distintos movimientos vinculados, más que integrados o coordinados, a Podemos. Es este, en mi opinión, el marco en el que debemos valorar la actual confrontación surgida entre distintas corrientes de acción vinculadas a Podemos, personalizadas en dos de sus fundadores y máximos lideres: Pablo Iglesias e Iñigo Errejón.
Quizás valga la pena recordar el origen, o quizás el inicio de la externalización, de las diferencias estratégico-tácticas de los lideres mencionados: la incorporación de Izquierda Unida a las listas de Podemos, en las pasadas Elecciones Generales, del 26 de junio.
El pacto alcanzado entre Podemos e IU, escenificado principalmente por Pablo Iglesias y Alberto Garzón, tiene como objetivo “recuperar el país en favor de las clases populares”, “las mayorías sociales y ganar las elecciones al PP”.
En todo el proceso Iñigo Errejon expresó su discrepancia con la conveniencia del mismo; en su opinión la alianza con IU vincula a Podemos con una historia y una identidad política que imposibilitan la creación de “una mayoría nueva, que reconstruya una España que no deje a nadie atrás. (…) Lo importante son los que faltan, a quienes vamos a seguir tendiéndoles la mano. No somos una fuerza política de resistencia, no basta con los imprescindibles (…) lo fundamental son los que faltan y es con esos con los que se construye la victoria”. Los resultados electorales parece que le dan la razón.
Detrás del enfrentamiento Iglesias-Errejón no existe un choque de personalismos, al menos no exclusivamente, aun cuando así se ha presentado por parte de la mayoría de los in-expertos habituales. Nos encontramos con una confrontación estratégica de gran calado y muy distintas consecuencias.
Es cierto que las últimas manifestaciones de Pablo Iglesias favorecen la tesis del enfrentamiento personal por el poder, especialmente cuando entra en el terreno del desprestigio personal, al tratar de segar la hierba bajo sus pies acusando a Errejón de poco fiable: “Muchas veces me dices que no debemos decir siempre lo que pensamos de esos poderes y que debemos esperar a gobernar. Tácticamente seguro que tienes razón, pero creo que la gente agradece que digamos, al menos de vez en cuando, ciertas verdades como puños, por muchos que sean los golpes que recibimos por ello después.” (Carta abierta a Íñigo de Pablo Iglesias Secretario General de Podemos en 20minutos.12.12.2016)
Pero Pablo Iglesias, además de un magnifico polemista, es un táctico, que precisa en última instancia de un soporte ideológico político al que servir, que le proporcione el sentido necesario a su acción. Dicho soporte lo ha encontrado, sea o no consciente de ello, en el marxismo leninismo. La figura del partido comunista, como instrumento estructurante para el logro de la hegemonía “de las fuerzas progresistas”, es la misma que inspiró la creación de Izquierda Unida, y no prosperó ni social ni políticamente.
Este es, sin la menor duda, el temor de Iñigo Errejón, estratega de raza, extraordinariamente influenciado por la revolución Boliviana, a la que ha dedicado su Tesis Doctoral. La urgencia por alcanzar el poder de inmediato puede truncar la posibilidad de una autentica revolución a largo plazo.
La ascensión al Poder del Movimiento Al Socialismo en Bolivia, liderado por Evo Morales, “no descansaba exclusivamente en una serie de victorias electorales, ni siquiera en el apoyo de organizaciones indígenas y sindicales. Su poder político era hegemónico porque el partido de gobierno podía presentarse como representando los intereses de una mayoría casi tan grande como la totalidad de la comunidad política: el pueblo de Bolivia, reconstruido a partir de la centralidad de los sectores indígenas y empobrecidos.
Precisamente esta particularidad, el protagonismo “plebeyo” de los sectores tradicionalmente excluidos, es la que dota de sentido político-ideológico a la hegemonía en expansión en Bolivia.” (La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo. Íñigo Errejón Galván (2012) Universidad Complutense de Madrid.)
Para Iñigo Errejón “este movimiento, típico de la hegemonía, refleja su diferencia fundamental con la dominación u otras formas de poder político: la naturaleza híbrida de la hegemonía radica en que se trata de una operación diferente a la suma de elementos, puesto que los resignifica en una construcción amplia que siempre incluye parte de las ideas y proyectos de los rivales, integrándolos en forma subordinada en una nueva voluntad colectiva.” (La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo. Íñigo Errejón Galván (2012) Universidad Complutense de Madrid. pag. 567)
Por consiguiente, para Errejón, a diferencia de para Iglesias, este no es el momento de las definiciones ideológicas, dado que estas crean más rechazos que adhesiones, sino el momento de unir intereses, incorporando nuevas ideas, buscando más lo que une que lo que separa. Se precisa una estrategia de mínimos, algo que no está reñido con la firmeza reivindicativa.
“Tenemos el reto de construir una amplia y gran fuerza política democrática, popular, feminista y patriótica, que sea el motor de un nuevo acuerdo de país en el momento en el que la oligarquía ha roto el contrato social. Para eso hemos de ser una fuerza capaz de convencer a quienes aún dudan –“los que faltan”, ya tú sabes- a los que hemos de demostrarles que somos útiles allí donde estamos, que avanzamos posiciones en la cultura y la batalla de ideas, en las instituciones, en la construcción de movimiento popular; que tenemos un proyecto de futuro para la próxima década, que nos abrimos a nuestra sociedad y marcamos un rumbo claro, que podemos ser garantes de un orden alternativo en el momento en el que los de arriba representan el desorden y el desprecio por nuestro pueblo.
(…) No gobernaremos hasta que España se nos imagine gobernando. Primero ganar el imaginario colectivo y después las urnas.” (Carta respuesta a Pablo Iglesias. Íñigo Errejón. Lunes, 12 de Diciembre de 2016)
A un espectador superficial pudiera parecerle que Pablo Iglesias es más revolucionario que Iñigo Errejón, pero si bien su formas pueden ser más radicales, la autentica opción revolucionaria se encuentra tras la tesis de Errejón. Esto es lo que está en juego en el próximo Congreso de Podemos. Por el momento pierde este último, algo que personalmente lamento.