José Barta; 20 de marzo 2016 (Domingo de Ramos)
2ª Parte del artículo Economía social de mercado: asignatura pendiente para el desarrollo español
Ojeada a la situación social actual
Una rápida mirada sobre la actual situación socio-económica de la población española, descubre un profundo malestar con las consecuencias del tratamiento dado a la política económica, por parte del Gobierno, así como una creciente desconfianza hacia los políticos, que comienza a manifestarse en posicionamientos electorales radicalizados o ex novos.
La desconfianza viene generada en gran medida por los casos de corrupción que se han ido descubriendo, unidos a la imagen de que todo sigue igual al respecto.
A imagen de la opinión pública el mundo empresarial se ha convertido en un cómplice necesario para todo el deterioro económico y político. El paradigma se esta imagen la encontramos en Cataluña, en la que la alta burguesía, con una visión de beneficio económico, terriblemente cortoplacista, alentó las veleidades separatistas de sus lideres políticos.
El siguiente cuadro representa muy claramente la grave caída que, sobre las condiciones económicas, ha sufrido la opinión pública españolas. Esta percepción afecta al desenvolvimiento de la actividad de las empresas en nuestro país, lastrando sus esfuerzos de recuperación.
El triste espectáculo ofrecido en la reciente sesión de investidura del candidato socialista, con una mayoría de políticos más pendientes de sus intereses personales (o corporativos) que de los de la nación, no ayudan en absoluto a mostrar una línea clara de acción para la regeneración ética y económica del país.
Años de deterioro en los comportamientos y actitudes por parte de los gestores responsables de inversiones y gastos de los sectores público y privado, han instaurado un ambiente de corrupción difícil de corregir, dado que se corresponde con una grave perdida de valores éticos.
Fundamentos de la acción pública-política de la empresa
La perdida de valores éticos, a los que podríamos denominar valores convivenciales (veracidad, laboriosidad, lealtad, justicia distributiva y conmutativa,…) dado que son los que facilitan o dificultan las relaciones entre las personas, impide la regeneración y el progreso de nuestra sociedad, llevándola incluso a la desintegración.
Esta situación, en nuestra opinión, solo puede ser reconducida por dos instituciones a las que resultan inherentes dichos valores (o los tienen o fenecen): la familia y la empresa. De ambas, solo la segunda tiene capacidad de alcanzar la dimensión precisa en la acción, a un plazo corto-medio, para el logro de dicha regeneración.
De inversor a propietario
La sociedad española exige, a todas aquellas personas y colectivos, con capacidad inversora, dar un paso más en el ámbito de la gestión, en defensa de sus intereses y de los de sus conciudadanos. Dicho paso no es otro que el de apoyar la acción empresarial.
Como bien afirma Leonardo Polo “el primer cometido del capital es convocar al trabajo, es hacer trabajar, pero bien entendido, de tal manera que ese dinero siempre se transforme en trabajo potencial, es decir, que asegure la supervivencia del trabajo. Ése es el sentido estricto de la palabra inversión.(…) Ese es el primer cometido del dinero, pero no el último, porque superior al trabajo de los trabajadores es el bien común suyo, el de sus familias y el de la sociedad, y este bien no se reduce a dinero, a productos materiales y a trabajo, sino que es, sobre todo, de índole humanizante: la adquisición de hábitos intelectuales y virtudes en la voluntad. En este sentido, el dinero tiene sentido ético” (Leonardo Polo. Filosofía y economía. Ed. Eunsa)
Y es que la sociedad actual no solo precisa paradigmas relacionados con las actitudes y comportamientos, también precisa nuevos modelos de gestión empresarial, dada la corrupción e ineficiencia de la mayoría de los actuales modelos públicos y privados.
La optimización en la gestión de los recursos disponibles, en favor del bien social presente y futuro, es algo urgente para la supervivencia de nuestra civilización, posiblemente incluso de la humanidad. Esta acción exige una correcta división del trabajo, fruto de una adecuada organización del mismo. Una vez más son dos las instituciones sociales que poseen naturalmente esta capacidad, sin la cual desaparecerían de manera inmediata: la familia y la empresa. Una vez más es la empresa la institución mejor dotada para la corrección de las actuales aberraciones, en un plazo corto-medio.
La pérdida de valores convivenciales y de eficiencia en la gestión de recursos disponibles, termina generando la dictadura del Estado, que se erige en impositiva de principios éticos-positivistas, a través de legislaciones cada vez más farragosas y constrictivas de la libertad…y de la verdad, así como en gestor de la riqueza pública y privada de la nación, en beneficio exclusivo de las convicciones de sus gestores, normalmente profesionales de la política, sin objetivos a largo plazo.
Un nuevo tipo de empresa que desarrolle un nuevo modelo de mercado
“Si el fin del directivo (del empresario) es servir, el de la empresa también lo es. Si la empresa produce dinero, éste debe ponerse al servicio del bien común, como los productos que produce. Estos serán mejores en la medida en que faciliten más el bien común de los ciudadanos. De manera que “lo primario, lo más importante es el servicio. No se puede decir que una empresa por el sólo hecho de querer servir esté ya sirviendo, tiene que estar en el ánimo de la gente que trabaja en la empresa que el beneficio sólo se justifica en el servicio, y que éste no estriba sólo en beneficio. El servicio es una actitud efusiva, que tiene una gran influencia en el modo en que se busca y se aprecia el beneficio. No se deben hacer cosas que beneficien a la empresa pero que son perjudiciales socialmente. Desde el punto de vista del beneficio el narcotráfico, por ejemplo, cumple el fin posesivo, es un negocio muy rentable, pero desde el servicio no” (Leonardo Polo. Filosofía y economía. Ed. Eunsa)
Se precisa desarrollar, potenciar más bien, un modelo de gestión empresarial que mire a largo plazo, y que se fundamente no en la dirección de personas, sino en la dirección con personas.
Un modelo que deviene en lo que podríamos denominar como una empresa humanizante, que sería un instrumento de inversión de conocimientos y dinero que, mediante la adecuada gestión, produce bienes, generando enriquecimiento material, intelectual y espiritual, para sus inversores, trabajadores, clientes, proveedores y el resto de la sociedad en la que se desarrollan sus actividades.
La consideración de empresa humanizante es insostenible sin el logro de beneficios en todos y cada uno de los ámbitos reseñados. Y dichos beneficios lo son realmente, ya que devienen en incremento del enriquecimiento de cada persona, así como del de la sociedad en el que se integran las mismas.
Bien considerado, el adjetivo humanizante adquiere sentido exclusivamente epistemologico, dado que cualquier empresa debe contribuir a la “humanización” de las personas vinculadas a la misma, en caso contrario contribuirían a su deshumanización y no merecerían el calificativo de empresa (instrumento de creación humana al servicio de las personas), como mucho de negociete.
Un reto que exige el liderazgo de medianas empresas y empresas familiares
Es este un reto que coincide plenamente con los intereses de lo que se suele denominar pequeña y mediana empresa, así como con las empresas familiares, independientemente de su dimensión.
En este tipo de empresa el conocimiento de las personas, y su asunción del proyecto común, suele resultar más relevante que los recursos monetarios, cara al logro de objetivos. Por ello son difícilmente compatibles con actitudes “de paso”, o de “pelotazo”. Especialmente en las empresas familiares se valora, no solo el beneficio económico anual, en mayor medida el potencial que el conocimiento humano integrado en la empresa ofrece, por lo que se cuida su permanencia, y su transmisión a las futuras generaciones de la familia propietaria, que reciben dichas experiencias como el mejor de los beneficios derivados de la actividad empresarial.
Si bien el reto de conformar un nuevo marco de relaciones, acordes con la economía social de mercado, se encuadra en el perfil de muchas empresas, el esfuerzo inicial preciso para ello, obliga a dirigirse principalmente a las medianas y familiares, dado que son las que cuentan con mayor capacidad, en el menor tiempo, de aportar los recursos precisos para este proyecto, así como de alcanzar la masa critica necesaria para influir en los mercados.