José Barta; 12 de marzo 2015
La estructura productiva española se encuentra en entredicho desde hace demasiados años, sin que los distintos Gobiernos hayan acabado de tomar medidas realmente eficaces para su desarrollo.
Según el Atlas de la Complejidad Económica, que trata de medir la cantidad de conocimiento productivo que tienen distintos países, valorando su capacidad para la fabricación de productos más complejos, nuestro país ocupa el puesto 27 (detrás de Polonia, Hungría, Eslovaquia, Irlanda…), debido a su menor capacidad de innovación y desarrollo.
Si analizamos la relación de productos exportados por España, y la comparamos con la de productos importados, descubriremos una manifiesta ausencia de productos de alto valor añadido, especialmente los tecnológicos:
Turismo, fabricación de automóviles y sector agroalimentario constituyen la principal fuente de ingresos de nuestra economía. Unos mercados, al menos los dos primeros, que han visto mejorar su competitividad casi exclusivamente por la reducción de costes salariales. La “innovación” brilla pero por su ausencia en nuestro país.
A diferencia de otros, en España, ni siquiera en los mejores años del boom se invirtió en desarrollo tecnológico: lo que fácil llega, fácil se gasta, y por supuesto no estoy hablando de la mayoría de los ciudadanos – victimas de dicho proceso, como ya he mostrado en otros artículos – sino de aquellos que más se lucraron con la especulación inmobiliaria.
Necesitamos urgentemente desarrollar estrategias de generación de proyectos de alto valor añadido, con fabricación incluida, especialmente en campos como el energético, el informático y el de las telecomunicaciones, que son las principales sangrías en nuestras importaciones. Pero tenemos que contar con que la premiosidad resulta incompatible con la investigación básica, dado que esta fructifica en el largo plazo y exige equipos humanos muy experimentados; por ello, sin perjuicio de no descartar este tipo de investigación, precisamos entrar en los procesos de desarrollo tecnológico en fases más avanzadas. Las alianzas estratégicas son claves para andar en este camino. Pero las alianzas estratégicas exigen sinergias entre las partes, así como capacidad de entendimiento emocional entre los profesionales que participan en dichos proyectos.
El paradigma israelí
Es aquí donde aparece la figura de un país como Israel, con el que podríamos tener claras sinergias y al que nos unen numerosos valores culturales, en el que “la ciencia y la tecnología constituyen uno de sus pilares, y en el que en los próximos años veremos una inversión importante en el área de la informática cibernética, en el desarrollo de fuentes de energía alternativa, en las ciencias cerebrales, en robótica y en la investigación espacial”, según palabras de su ministro de Ciencia, Yaakov Peri.
Actualmente nadie discute el liderazgo de Israel en campos como la biomedicina, las comunicaciones móviles, las redes sociales, el software, la enseñanza, la energía o el medioambiente.
Es evidente que Israel es un magnifico socio estratégico para el progreso tecnológico de cualquier país, e incluso una magnífica oportunidad de inversión para particulares, así lo han entendido numerosos inversores públicos y privados, en países como Estados Unidos, Alemania, China, etc.
A modo de ejemplo citaré entre los inversores privados al fondo de capital riesgo Vertex, uno de los primeros inversores en la aplicación de “navegación” Waze, adquirida por Google Inc. por $1 billón. Entre los inversores públicos encontramos a Infocomm Development Authority of Singapore, cuyo objetivo es desarrollar sistemas y servicios propios de IT para esa ciudad estado.
Los sucesivos Gobiernos españoles, por el contrario, se han encontrado más preocupados por no desmarcarse del boicot contra Israel, auspiciado por una no suficientemente documentada Ministra de Exteriores de la Unión Europea, esa institución que lidera Alemania…un país que, paradójicamente, busca todas las alianzas posibles, en beneficio propio, sobre proyectos tecnológicos y científicos con Israel.