José Barta; 13 de enero 2015
Cada día aguanto menos la hipocresía, y el escaparatismo moral, que llevan a algunas personas – la mayoría con cierta relevancia pública – a apuntarse solo a aquellos actos y manifestaciones que – fruto de un dramático acontecimiento puntual – se convierten en Certificado de Calidad Democrática y Humanista.
Manifestaciones que son como un paréntesis entre un antes y un después en los cuales, estos personajillos, solo se interesan por sí mismos.
Hago esta manifestación por qué es lo que está pasando en estos momentos con el criminal atentado contra las personas que trabajaban en la revista francesa “Charlie Hebdo”. Si no manifiestas “Yo soy Charlie Hebdo” parece que eres un personaje sin escrúpulos, indigno de compartir el aire que respiras y la tierra que pisas con el resto de tus conciudadanos.
Me preocupan extraordinariamente estos movimientos cargados de emotividad y oportunismo, que lucen como fuegos de artificio, que ni aportan luz suficiente a la sociedad, ni calor a las víctimas. En España hemos tenido numeritos de estos, más que de sobra, y nunca han llevado a nada positivo. Acuérdese el lector de las manifestaciones tras el asesinato de Miguel Angel Blanco, por poner un ejemplo sonado. Es más, a la vista de la experiencia española no me atrevería a asegurar que se terminará legislando a favor del derecho de “expresión” de grupos como Hamás o el Estado islámico.
Me molesta la grandilocuencia vacía, prefiero el análisis profundo y la constancia en el empeño.
“Yo no puedo ser jamás «Charlie Hebdo»”, dado que esta es una publicación “progre”, que toma como objeto de mofa y sátira expresiones religiosas de diversas corrientes y denominaciones, con profundo menosprecio de las sensibilidades que hiere, y de los derechos que pisotea.
Yo no soy esa publicación que defiende antes la crispación que la concordia, pero yo si soy su Director Stéphane Charbonnier, y sus redactores Bernard Verlhac (Tignous), Jean Cabut (Cabu), Georges Wolinski, y el economista Bernard Maris, así como todos aquellos otros empleados asesinados, de los que desconocemos sus nombres, como también soy el policía que protegía a Charbonnier, y el que fue rematado en la acera, como también soy Yohav Hattab – hijo del rabino de la sinagoga de La Goulette en Túnez, que se encontraba en Francia cursando estudios -, que fue asesinado en el mercado de comida judía en París, y soy Yohan Cohen, que trabajaba en el mismo y procedía de Sarcelles, localidad ubicada al norte de París; y también soy Philippe Braham y François-Michel Saada, que se encontraban haciendo compras.
Y por supuesto que soy también el rabino Sandler y sus dos hijos pequeños, asesinados en la escuela judía de Toulouse, en 2012, y soy Miriam Monsonego de 8 años, asesinada frente a esa misma escuela, y soy todos y cada uno de los miles de cristianos y musulmanes crucificados, o degollados, o ahorcados, o… impunemente en Oriente Medio hoy día.
Pero en esta sociedad de masas parece que lo que menos importan somos las personas, que son con las únicas que soy capaz de identificarme.