José Barta; 7 de mayo 2014
Esta reflexión dudo mucho que la comparta De Guindos, y doy por cierto que, de la misma, Rajoy no entenderá nada.
El poder, todo poder – entendiendo por tal la “capacidad real” de cambiar las cosas, tanto en cuanto al estado de las misma, cuanto a las relaciones entre ellas -, se encuentra íntimamente vinculado a la condición humana, ya que para considerarse como tal precisa que, quien lo ejercita, sea consciente de dicha capacidad y busque libremente el logro de unos objetivos, de unos fines con el ejercicio de dicha capacidad.
El poder se puede ejercer mediante acciones y también con la omisión de las mismas, logrando con ello el objetivo propuesto.
Es el poder, visto desde esta perspectiva, una facultad humana, dado que sólo se define cuando el hombre o la mujer cobran conciencia de él y deciden transformarlo en acción (u omisión) para el logro de un resultado evitable; es por esta razón por la que el poder conlleva, necesariamente, responsabilidad personal por parte del que lo ejerce.
“Por sí mismo el Poder no es bueno ni malo; sólo adquiere sentido por la decisión de quién lo usa.” (El Poder, Romano Guardini, ediciones Cristiandad 1981, pag. 174)
Cuando en el ejercicio del poder desaparece la responsabilidad personal, trasladándose está a poderes u organizaciones anónimas – como sucede en el gobierno de algunas naciones respecto a instituciones de ámbito supranacional, no elegidas por los ciudadanos y que no responden de sus decisiones frente a ningún control democrático, ni siquiera judicial en lo que respecta a los posibles daños que se deriven de la puesta en práctica de sus criterios “técnicos”, tal como sucede con el BCE, el Fondo Monetario Internacional, los gestores de grandes Fondos de Inversión internacionales, las asociaciones bancarias internacionales, etc. -, nos encontramos con un proceso de deshumanización del poder.
En esta situación, el ejercicio del poder ya no se somete a la conciencia moral personal, escudándose, el que lo ejerce, en ser parte de un proceso del que es un simple eslabón. Es como si desapareciese como persona capaz de tomar decisiones, y la acción se limitara a pasar a través de él, sin sentirse responsable de la misma. Con esta actitud lo que se produce realmente es una deshumanización de dicha persona, que se desvincula de la “bondad o maldad” de sus actos, justificándolos por razones de “necesidad”, entrando en un proceso que muchos han denominado como “diabólico” dados los daños que produce, a las personas y a la sociedad, así como la imposibilidad de cuestionar intelectualmente sus razones.
La ausencia de sentido de responsabilidad personal facilita el fanatismo, sacrificando los intereses y necesidades de las personas, con medidas puramente ideológicas, que se justifican como transitorias e inevitables, para el logro de un futuro mejor, que nunca llega; lo que provoca sucesivas estrategias de desinformación, al objeto de mantener engañados a los ciudadanos.
El siglo XX ha dado testimonios sobrados sobre este tipo de acciones, así como de los dramas que generan.
Si el amable lector lo analiza fríamente comprobará que es el camino elegido por nuestros gobernantes. Desde la ausencia de debate sobre posibles alternativas a las distintas medidas que se han adoptado, basándose casi exclusivamente en la imposición de “los mercados”, así como de “instituciones internacionales”, hasta el falseamiento de las conclusiones que se derivan, en gran medida de los propios datos aportados por ellos mismos, como son el de la caída del empleo, el del crecimiento continuo de la Deuda Pública, el del empobrecimiento de las clases medias, el de la caída de los niveles de asistencia sanitaria, y tantos otros, justificando el continuo sacrificio exigido a la mayoría de los ciudadanos de este país – no así a la propia clase política, ni a las grandes fortunas – en una recuperación que “llegará el próximo año”, para lo mismo repetir al año siguiente.
Cuando el fruto de esta acción de poder despersonalizado, por ello deshumanizado, es la pérdida de la dignidad de las personas – provocando el empobrecimiento material y espiritual de una sociedad -, y se acompaña con actitudes de incomprensión ante su sufrimiento y menosprecio, incluso de negación de la realidad, por parte de los detentadores de los poderes institucionales, nos encontramos con lo que, el ya Santo, Juan Pablo II denominó “estructuras de pecado” (Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”, punto 36.).
Aquellos que se sientan ofendidos por esta expresión, no podrán justificarse en que la misma se encuentra sacada de contexto; para ello les recuerdo que el mismo Juan Pablo II situaba “el derecho a la casa y al trabajo” entre derechos tan fundamentales para el ser humano como “el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión de fe religiosa” (Exhortación Apostólica Christifideles Laici. Punto 5). Entre los nombres (razones) que, según este Papa, suelen asumir aquellos que abusan de su poder se encuentran los de “poder económico” (mercados), y “tecnocracia científica” (“escuelas económicas” y “comités de sabios ad hoc”).