José Barta; 9 de agosto 2013
Una vez más nos encontramos con el eterno conflicto de Gibraltar, y un año más tengo la misma sensación de improvisación en la estrategia adoptada por parte de España.
Estaba más que claro que se provocaría algún conflicto, por parte del Gobierno de la Colonia gibraltareña. Conviene recordar que este año se cumple el 300 aniversario del Tratado de Utrecht, que puso fin a la Guerra de Sucesión española, por el que Felipe V, que nunca llegó a identificarse totalmente con los intereses españoles, cedía el Peñón a los ingleses, aliados de Cataluña en dicha guerra, para garantizarse el ejercicio pacifico de su reinado, y el de sus descendientes, en España.
Si analizamos las estrategias desarrolladas durante los últimos sesenta años por los distintos protagonistas del conflicto apreciamos un conjunto de acciones medidas, coordinadas y mantenidas en el tiempo, con resultados favorables evidentes, por parte de Gibraltar y el Reino Unido, frente a una “acumulación” de actuaciones diversas, en ocasiones divergentes y de duración tan limitada como su eficacia.
En este punto mi pensamiento se va a la Teoría de Juegos, y es que las acciones británicas – a diferencia de las españolas – sugieren la aplicación de estrategias afinadas con modelos matemáticos, desarrollados al hilo de esta Teoría.
El objetivo de la Teoría de Juegos no es el análisis del azar, o de los elementos aleatorios, sino de los comportamientos estratégicos de los jugadores.
En el mundo real, tanto en las relaciones de orden económico, como en las de orden político o militar o social, son frecuentes las situaciones en las que, al igual que en los juegos, el resultado depende de la confluencia de las decisiones de los diferentes actores o jugadores.
La utilización de los diversos modelos que nos aporta la Teoría de Juegos, se viene utilizando con marcado éxito en campo empresarial, a efectos de analizar estrategias para la entrada en nuevos mercados (uno de los campos de mi especialidad), para la distribución de costes, negociación de tratados internacionales de comercio o negociaciones salariales, etc.
En el progreso de esta Teoría ha tenido mucho que ver Robert J. Aumann, matemático israelí, Premio Nobel de Economía – profesor del centro para el Estudio de la Racionalidad, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en Israel -, sobre el que he hablado en mi programa Osher va-osher, en Radio Sefarad.
La aportación de Aumann, que le ayudó a ganar el Nobel, se centra en los que se han denominado Juegos Repetidos con información incompleta, que introduce un principio dinámico, lo que permite valorar la evolución de las futuras acciones, a medio y largo plazo, entre los mismos jugadores. Este sería el caso de las relaciones entre España, Gibraltar y la Gran Bretaña. Tres jugadores, no dos como podría parecer a primera vista, dado que los intereses del Reino Unido y los de su Colonia no convergen plenamente, lo cual podría ser aprovechado por el tercer jugador.
Esta Teoría ya está siendo aplicada, desde hace años, por países como los Estados Unidos, Israel y otros muchos – entre los que se encuentra el Reino Unido -, para optimizar sus estrategias políticas. Los distintos Gobiernos Norteamericanos la utilizaron para obtener ventajas en las numerosas negociaciones que, para el desarme nuclear, mantuvieron con la antigua URSS; algo similar sucede actualmente con la estrategia de política territorial adoptada por el Estado de Israel, así como con su estrategia de disuasión frente a posibles ataques de terroristas y de países vecinos “no amistosos”.
Técnicamente, en el caso que nos ocupa con Gibraltar estaríamos ante un “Juego repetido con información incompleta y asimétrica, de suma cero”.
El concepto suma cero deviene del hecho de que lo que gana cualquiera de los jugadores, necesariamente lo pierde uno o el resto de los jugadores: en este caso se trata de territorio y derechos soberanos territoriales.
La asimetría de la información viene dada por qué dos de ellos actúan de manera coaligada (Gibraltar y Gran Bretaña), lo que les lleva a compartir toda la información, incluidas las acciones futuras, algo que se le oculta al tercer jugador (España), que solo tendrá acceso a aquella que se derive de acciones concretas.
En esta partida España debiera contemplar la posibilidad de incorporar al menos un cuarto jugador, que habría que valorar si es la Unión Europea directamente, o alguno de sus países miembros relevantes, con el que pudiera coaligarse, por intereses recíprocos. En cualquier caso la existencia de riesgos medioambientales vinculados a la elevada población existente en el peñón y a algunas de sus actividades, la evidencia de toda una estructura jurídica dedicada al blanqueo de dinero, así como el derivado del control de frontera exterior comunitaria, justificarían sobradamente dicha inclusión.
Que el Gobierno español comience a gestionar este problema con rigor y eficacia solo precisa la voluntad de constituir un equipo permanente de expertos capaz de trabajar en ello (no sólo economistas y matemáticos, también sociólogos, politólogos, biólogos, psicólogos, juristas, expertos en semántica, comunicación, etc.), así como el establecimiento de un acuerdo de Estado con los principales partidos españoles, al objeto de garantizar la pervivencia en el tiempo de las medidas que se decida adoptar.