José Barta; 22 de enero 2013
Corría el año 1993, José Antonio Duran, un histórico dentro del sector inmobiliario español, era Presidente de la Asociación de Promotores. Hombre interesado, hasta su muerte, por conocer más y mejor el por qué, y el para qué, de la realidad en la que se desenvolvía, no descartaba reunirse con todo aquel de quien pensara que podría aportarle alguna idea nueva a su creativa cabeza.
Fruto de nuestros frecuentes encuentros fue la invitación que me realizó para que, aprovechando un pleno de la asociación de empresarios del sector, les hablara sobre la importancia de la marca, así como de nuevos nichos de mercado en el sector de segunda vivienda.
Dado que los dos éramos igual de entusiastas respecto a la capacidad que las personas tenemos para utilizar nuestra inteligencia, en la búsqueda de soluciones novedosas a problemas de difícil superación por las vías clásicas, me apresté de inmediato a ello.
El día de la Asamblea realicé mi exposición, con diapositivas, algo todavía novedoso en aquel tiempo.
Asociar el proceso de desarrollo de una marca a la plena implicación de todos los integrantes de la empresa, asumiendo las responsabilidades que los propios errores implicaran, fue algo que excedía las expectativas de los asistentes. Para ellos la idea de creación de marca se encontraba vinculada a la posibilidad de vender más caro, ganando más dinero. Sin contrapartida alguna para ello. Claramente, supongo que pensarían muchos, mi exposición sobre compromisos con el cliente y con el medio ambiente – yo procedía de este sector – me situaban en un conocimiento puramente académico, y yo no tenía ni idea de los trucos existentes para lograr sus propósitos.
Pero no fue hasta que acometí la segunda exposición – sobre nichos de mercado para segunda vivienda – cuando, una importante mayoría de asistentes – llegaron a la conclusión de que mi conferencia suponía una pérdida de tiempo absurda. Yo era un cretino utópico y Duran, que me había invitado, un cándido fácilmente impresionable.
Este miércoles, Funcas ha presentaba su revista Panorama Social. En la misma figura un estudio sobre la transición del turismo a la gerontoinmigración, dirigido por el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga, Rafael Durán Muñoz.
Según el autor, la movilidad internacional de retirados está íntimamente relacionada con el proceso de construcción europea que, pese a no ser específico de España, representa aquí su mayor expresión. Esta conclusión resulta muy importante a los efectos de la última parte de mi artículo, por lo que ruego la tengan muy presente.
Según el Padrón de habitantes, en 1996 residían en España algo más de 86.000 extranjeros comunitarios de 55 o más años de edad. Este número se ha incrementado notablemente hasta alcanzar los 436.000 en 2011 (incluyendo a los noruegos e islandeses). En tres lustros se han multiplicado por cinco.
Los británicos conforman el contingente más numeroso, unos 200.000, que representan el 46% del total de jubilados extranjeros residentes en España. Los alemanes les siguen con un 20% del total. El resto de nacionalidades representa porcentajes menores al 10%.
Según la encuesta MIRES3i, el 41% de los jubilados comunitarios que decidió trasladar su residencia a España lo hizo antes de los 65 años y sólo el 11% después de los setenta y cinco. Por consiguiente la mayoría son relativamente jóvenes, y gozan de un buen estado de salud, cuando toman la decisión.
Este proceso no ha llegado a su nivel de saturación, en mi opinión apenas ha comenzado. Otros países del centro, norte y este de Europa seguirán el camino de ingleses y alemanes, si cuidamos aspectos que son claves para ello.
No quiero hoy ahondar más en esta línea que, por otra parte se encuentra ya bastante estudiada; lo que quisiera es fijar la mirada en otro colectivo, más vinculado a nuestras grandes ciudades, de la costa y del interior.
Existe multitud de profesionales que podrían encontrar en nuestro País su residencia permanente; analistas y traders, consultores estratégicos, tecnológicos, diseñadores tecnológicos y un largo número de profesionales independientes, o vinculados a empresas, cuya productividad se mide por la calidad de sus resultados y no precisan sino unas magnificas conexiones a través de internet.
Estas personas pueden llegar fácilmente a la conclusión de que la autentica calidad de vida, para sus jóvenes familias, pasa por nuestra climatología, nuestra comida (un mix de la suya y la nuestra) y la alegría que – a pesar de nuestros políticos – suele acompañar a nuestros conciudadanos.
Para ello requieren una magnifica asistencia sanitaria, muy buenas telecomunicaciones, así como de vuelos regulares internacionales, y colegios internacionales u homologables.
Esta es una línea de trabajo que no se debiera descartar, entre nuestro sector público y el privado, desgraciadamente todo parece indicar que la tendencia es a retroceder en todos esos frentes.