José Barta; 4 de junio 2012
Puedo afirmar sin ambages que este artículo sobre la persona en paro, que el amable lector comienza a leer, ha sido, con mucho, el que más me ha costado acometer en los últimos años.
Cerca de dos meses me ha llevado el encontrar el tiempo, y el estado de ánimo preciso, para escribirlo.
Un sinfín de sentimientos encontrados, algunos apenas intuidos, me obligaban a demorar la tarea con la excusa de insuficiencia de datos y de argumentaciones que realmente solo servían para olvidar que se trataba de escribir un artículo, no una tesis universitaria.
También sobrevolaba sobre mí el temor a un discurso “poco realista”, que diría el pragmático Trasímaco (cuyas actitudes le acercan extraordinariamente a los políticos actuales), en La República de Platón:
XX. -Vamos, pues, Trasímaco -dije yo-; volvamos a empezar y
contéstame: ¿dices que la injusticia perfecta es más ventajosa que la
perfecta justicia?
-Lo afirmo de plano -contestó- y dichas quedan las razones. (…)
-Así, pues, ¿llamas virtud a la justicia y vicio a la injusticia?
-¡Buena consecuencia, querido -exclamó-, cuando digo que la
injusticia da provecho y la justicia no!
-¿Qué dices, pues?
-Todo lo contrario -repuso.
-¿Que la justicia es vicio?
-No, sino una generosa inocencia.
-¿Y maldad, por tanto, la injusticia?
-No, sino discreción -replicó.
Finalmente he postergado los datos, ya suficientemente conocidos por todos, y he dejado hablar al corazón.
Y es que quiero tratar sobre el parado (no sobre el paro), sobre la persona, independientemente de su edad, sexo y formación, que no consigue encontrar un trabajo, y ve como se prolonga esta situación sin visos de solución a corto o medio plazo.
Y es que percibo la sensación de que hablar del valor intrínseco de las personas, a cuyo servicio debe desarrollarse la economía, en nuestra sociedad actual resulta incomprensible, incluso descalificante para el que acomete dicha tarea. Como si economía y persona fueran términos dispares. Alguna experiencia he vivido en este sentido.
“El hombre fue creado para trabajar como el ave para volar” (Libro de Job 5, 7.) dice La Escritura, con expresión tan radical que asocia la perdida de esta capacidad a anomalía de la propia condición humana.
Entiendo que el trabajo no es fin en sí mismo, sino medio para mejorar personalmente y contribuir a la mejora de los que nos rodean, así como del resto de la sociedad. Pero como medio resulta esencial para “sentirse y desarrollarse como humano” por parte de cada persona.
El trabajo contribuye a dar “sentido” a la vida de una persona. Por ello se manifiesta como consustancial a la misma.
Y es que, en la práctica, observamos que el trabajo es una actividad humana que transforma directamente, o indirectamente, la sociedad en la que se vive, y contribuye al progreso de toda la Humanidad, así como al de la persona que lo realiza, mediante el cual se transforma y se perfecciona a sí misma, en tanto que ser individual y social.
El trabajo permite a la persona generar los recursos económicos precisos para sus sustento, así como el de su familia, e incluso ayudar a otros.
Y es que en el trabajo se desarrollan con naturalidad las virtudes del orden, de la constancia, de la sociabilidad, de la generosidad, de la esperanza…
Difícilmente puede comprender que quiere decir “aprovechamiento del tiempo” y “sentido del deber” quien no haya trabajado nunca; y lo mismo podríamos decir sobre el “sentido del esfuerzo”, del “vencimiento sobre la propia pereza” o sobre el “cansancio físico o síquico”, del “agradecimiento a los demás”, del “compañerismo” o solidaridad con los que comparten tareas similares, y así un largo etcétera que nos hace mejores a nosotros y a las sociedad en la que vivimos.
La crisis actual hunde sus raíces en la pérdida de valores realmente humanos por parte de occidente, y así lo desarrollé en mi artículo La ausencia de valores morales dificulta salir de esta crisis, y parece que no está sirviendo para rectificar y recuperarlos. Hace unos meses escribí una Carta al equipo económico del Presidente Rajoy en el que le instaba a buscar soluciones que, de ser validas beneficiaran en primer lugar a los más débiles, o que, de descubrirse erróneas, los más débiles fueran los menos perjudicados. Los más débiles en nuestra sociedad son sin duda los que menos recursos poseen para afrontar sus necesidades, ya sean estos materiales o espirituales.
La política seguida por este Gobierno, como en parte por el anterior, si mantiene una línea clara, es la de no acometer medidas realmente efectivas para afrontar el drama del paro.
El paro afecta a nuestra sociedad gravemente, impidiendo nuestra recuperación económica y, por ello, no haciendo creíble internacionalmente la política de nuestro Gobierno. Pero el paro afecta especialmente a nuestra sociedad debido a la pérdida de las habilidades que sufren las personas paradas de larga duración, así como la pérdida de sus posibles aportaciones a la solución de los problemas que nos acucian.
El empobrecimiento, económico pero sobre todo espiritual, de nuestros conciudadanos supone el empobrecimiento del conjunto de nuestra sociedad, también en el plano espiritual, fomentando el egoísmo, la insolidaridad.
Nuestros gobernantes han perdido el sentido del valor de la vida humana; los parados son “un problema”, no “personas” concretas que sufren; puede que nuestros economistas oficiales se consideren mucho más sabios que aquellos que tuvieron que afrontar la crisis que se derivo del Crack del 29, pero la verdad es que están cometiendo el mismo error de base.
El presidente Hoover escribió en sus Memorias que Mellon, Secretario del Tesoro de los Estados Unidos en dicha crisis, tenía “… only one formula: liquidate labor, liquidate stocks, liquidate the farmers, and liquidate real estate…. It will purge the rottenness out of the system. High costs of living and high living will come down. People will work harder, live a more moral life. Values will be adjusted, and enterprising people will pick up from less competent people.”
En definitiva la teoría de que la crisis nos hace más fuertes, solo sirvió a los que realmente lo eran. Los efectos secundarios de esta política fueron: la destrucción de la clase media y una mayor concentración de la riqueza y el poder político.
Se está repitiendo, con otros matices meramente academicistas, esa misma política que demostró ser destructiva para aquella sociedad, ya que subordinó las personas a los intereses de las instituciones, y no al revés. Se vieron afectadas principalmente aquellas personas que más lejos se encontraban del control de dichas instituciones. Perdieron su individualidad y pasaron a convertirse en “parte del problema”.
Hoy los parados carecen de un tratamiento propiamente humano – al menos en su consideración como tales parados, ya que no se cuenta con ellos como individualidades capaces de buscar y aportar soluciones – son valorados tan solo como partes de un problema, subordinándose su dignidad – la de cada parado – a una visión utilitarista, por ello meramente economicista, deshumanizadora.
Si el lector paciente observa que tiene una primera reacción, a mi anterior afirmación, en el sentido de ¿qué otra cosa se puede hacer por ellos?, recapacite en que ha caído, aunque sea por un instante, en la perversión difundida por nuestros gobernantes y la mayoría de líderes sociales. La pregunta que nos debiera asaltar sería ¿qué cosas podemos hacer junto a ellos?
Desgraciadamente la filosofía que inspira las acciones, u omisiones, de nuestro Gobierno no suponen una excepción en Europa; prueba estadística de ello lo aporta la alta tasa de desempleo juvenil, tras cuyas estadísticas se encuentran personas que intentan abrirse camino en una sociedad que, no los rechaza, se limita a ignorarlos.
Gráfica del desempleo juvenil en Europa
Pero comenzaba diciendo que el drama del parado de larga duración es independiente del sexo, la edad e incluso la formación, ya que es irrepetible y único, como irrepetibles y únicas son cada una de estas personas.
Un drama que, a pesar de su magnitud numérica y profundo alcance económico y sicológico, es vivido en silencio por sus protagonistas: el silencio de los corderos, camino del matadero social.
Este silencio no se limita al los parados, se extiende a sus familias, que sin duda son la que, con su apoyo y solidaridad, han evitado hasta el momento un justificado estallido social. Familias silenciosas, a las que desde el poder se ningunea y desacredita, reduciendo las ayudas y tratando de corromper su naturaleza. En esto también coinciden los gobiernos del PSOE y del PP. Uno deshace y el otro mantiene las ruinas.
Este silencio me parte el corazón y me apremia a elevar mis oraciones para que, más pronto que tarde, cambie la actitud de nuestros gobernantes o, en su defecto, pronto veamos el día en que los corderos se vuelvan leones. Ojala ese día sepan tener la piedad que no tuvieron con ellos.
Solo hay otro silencio que me afecta tanto como este, pero de distinta manera ya que me hiela el corazón: “el silencio de los pastores”.
Se levantan infinidad de voces, es cierto, denunciando unas cosas u otras, pero son pocas las que defienden a la persona que sufre; la mayoría defienden intereses de “partido”, o de “clase”, o “privilegios individuales”, o “meros afanes de lucro grupal”. No se afanan en provocar y desarrollar soluciones, tan solo en acaparar recursos. Estos “defensores” no son pastores, son ladrones, salteadores, lobos.
Por mis manifestaciones anteriores habrán percibido, sin demasiado esfuerzo, que soy persona que cree en Dios, un Dios Vivo, Transcendente, Creador, Personal… Desde esta perspectiva estoy plenamente convencido de que hay “silencios que atruenan en los oídos de Dios”. Este es uno de ellos: El silencio de nuestros parados, que se ven limitados poco a poco en su capacidad de desarrollo integro como personas; no por la “injusticia” que pudieran consentir y propiciar nuestros gobernantes, sino porque nuestros políticos son “extraordinariamente discretos”.
Tendrá que disculpar, mí quizás ya más que cansado lector, este desahogo. Soy consciente de que mi sentido de la “justicia”, si bien no llega a poderse calificar de “vicio”, como afirmaba Trasímaco, no deja de ser una manifestación de “generosa inocencia” (es decir alta dosis de candidez). Pero confío en que los corderos posean algún día la tierra.