José Barta, 05-04-2010
Están a punto de cumplirse 25 meses (algo más de dos años), el próximo día 7 de abril, desde la fecha en que con el titulo Tormenta perfecta o dos años malos, el diario El País, publicaba una entrevista que, la periodista Inmaculada de la Vega, nos hizo a José Manuel Galindo y a mi.
La entrevista se produjo como consecuencia de un encuentro en la Asociación de Periodistas Económicos (Apie), en el que yo había participado en calidad de conferenciante, y José Manuel Galindo en su condición de Presidente de Asprima, la Asociación de Promotores Inmobiliarios de Madrid.
La calificación de “Tormenta perfecta”, aplicada a lo que entreveía que se nos avecinaba en el sector inmobiliario, tanto a las empresas como, especialmente, al subsector vivienda, la utilicé yo por primera vez.
Esta expresión afortunada, que con el tiempo se ha mostrado plenamente acertada, no fue bien recibida en su momento, recibiendo más silencios que pitos, en un símil que pretende ser taurino, aprovechando que tampoco ellos tienen claro, en estos momentos, su horizonte.
“Dos años es lo que tardará en absorberse el stock de viviendas sin vender, aclararse el panorama financiero y recuperar la confianza.” Ése era el tiempo del ajuste que viviríamos, para José Manuel Galindo, y así lo reflejaba la periodista.
Por mi parte yo especifiqué que “la tormenta perfecta”, desencadenada por la confluencia de cuatro factores negativos, provocaría una “vuelta a la racionalidad”, ya que hasta ese momento, pensaba, habíamos vivido un crecimiento rayano con lo irracional. Y continué afirmando que “esta crisis se prolongará cuatro o cinco años, considerando que aflorar todos los efectos de la crisis financiera y tomar las medidas fiscales y económicas necesarias requiere más de 24 meses”
Finalizaba mi entrevista afirmando que “además, varias notas negativas hacen que la crisis actual se presente, a su juicio, más dura que las anteriores. Entre otras, el volumen del parque de viviendas en manos de los inversores, considerando que han podido absorber más del 30% de las ventas, mientras que en los noventa estaban en manos de usuarios y de promotores. Y también que el endeudamiento de las familias es a 20 y 25 años, mientras que a comienzo de los noventa era a 15 años.”
Y pronosticaba que, dado que “el compromiso a largo plazo agrava la incertidumbre si se suma la precariedad laboral”, y que “el alto endeudamiento dificulta también la capacidad de reacción a particulares y promotoras, que fijaban su inversión a seis o siete años y que se enfrentan a caídas en las ventas que superarán el 50% que, y apuntaran hasta rozar el 90%.”
Para aquel que piense que lo sucedido era fácilmente previsible quiero terminar con los pronósticos, recogidos en el mismo artículo, que la asociación profesional Royal Institution of Chartered Surveyors (RICS), en su informe la Reseña de la Vivienda en Europa 2008, sostenía que se producirían: “la situación actual se presenta menos severa que la de los noventa. Aunque se detecta que los precios de la vivienda se han ralentizado en toda Europa y en algunos países como Alemania e Irlanda han disminuido, se descarta que la caída sea tan acusada como en la década pasada o las anteriores situaciones en las que coincidió un aumento de la inflación con la subida de los tipos de interés.”
Unos profetas, claro que, desde la perspectiva actual, todo el mundo lo sabia y lo preveía. Afortunadamente las hemerotecas sirven, si no se borran selectivamente, para recordar la realidad.