José Barta; 12 de diciembre de 2011
INTRODUCCIÓN:
El 28 de septiembre de 1979 Felipe González, fue reelegido con amplia mayoría, Secretario General del PSOE, aprobándose el abandono de las tesis marxistas.
La crisis se intuye cuando nos percatamos de que, el socialismo revolucionario, se define a sí mismo como principio sempiterno, que decide el destino de la sociedad humana, no de esta o de aquella organización económica, o administrativa, o militar, sino que – autoconsiderándose un fenómeno espiritual – pretende hablar acerca de lo último y no de lo penúltimo.
Si lo analizamos con perspectiva, el socialismo marxista está lleno de énfasis mesiánico, por lo que pretende anunciar la buena nueva de la salvación de la humanidad, de todas sus desgracias y sufrimientos.
Desde mi punto de vista todo el problema arranca del XXVIII Congreso Federal del Partido Socialista Obrero Español, celebrado en mayo de 1979. En el mismo, su entonces Secretario General, Felipe González, ante la barrera que, intuye, puede suponer para su ambición de llegar a tener una mayoría parlamentaria suficiente, que le permita acceder a la Presidencia del Gobierno de España, el mantenimiento de la imagen de socialismo marxista, y – debido a presiones externas – ante la necesidad de evolucionar en el mismo sentido en que lo hicieron los principales partidos socialistas europeos, propone el abandono del marxismo.
La propuesta fue mayoritariamente derrotada.
Este fracaso hace peligrar aun más el proyecto de Felipe Gonzalez, ya que endurece la imagen del partido, situándola en el lado de los socialismos más radicales de Europa, identificándolo con los Partidos Comunistas, en un momento en el que, la mayoría de la población con derecho a voto, no estaba interesada en la aventura de un nuevo “frente popular”.
Felipe Gonzalez decide jugar un órdago, sabedor de que la imagen del Partido se identifica plenamente con su persona. Presenta su dimisión como Secretario General del Partido, amenazando con abandonar su participación en los órganos de dirección del mismo. Esta decisión provoca la formación de una Gestora y la convocatoria de un Congreso Extraordinario. Este Congreso tuvo lugar el 28 de septiembre del mismo año y en él, Felipe González, fue reelegido con amplia mayoría, aprobándose el abandono de las tesis marxistas.
Felipe Gonzalez, con esta maniobra, pone de relieve lo que, en lo que resta de su vida política activa, será su principal característica: el pragmatismo, entendiendo por tal la sola consideración de aquellas ideas que producen resultados eficaces y de valor práctico (C. S. Peirce y W. James. Finales del siglo XIX).
Hasta aquí no hubiera tenido por qué tener, el abandono del marxismo, mayores consecuencias que la de un mero cambio de política respecto a la energía nuclear o, como sucedió posteriormente sin mayores consecuencias, respecto a la integración en un institución como la OTAN.
El problema es que el abandono del marxismo como fundamento ideológico no resulta del mismo calado que las anteriores.
La crisis se intuye cuando nos percatamos de que, el socialismo revolucionario, se define a sí mismo como principio sempiterno, que decide el destino de la sociedad humana, no de esta o de aquella organización económica, o administrativa, o militar, sino que – autoconsiderándose un fenómeno espiritual – pretende hablar acerca de lo último y no de lo penúltimo.
Trata de convertirse en una alternativa a la religión, convirtiéndose de hecho en una pseudoreligión, respondiendo a las exigencias religiosas del hombre.
Y es en este punto en el que traigo a colación al extraordinario escritor ruso, que ha sabido retratar maravillosamente el alma humana, con la tragedia personal que, en ocasiones, supone el ejercicio de la libertad, Fiódor Mijáilovich Dostoievski.
Dostoievski (1821-1881) – coetáneo de Karl Marx (1818-1883) -”tuvo – según el Diccionario Soviético de Filosofía – ideas afines a las de Belinski , y veía con simpatía las ideas del socialismo utópico”.
Por formar parte del círculo de los petrashevtsi fue condenado a la pena de muerte en Rusia (16 de noviembre de 1849). El 22 de diciembre de este mismo año, minutos antes de la ejecución, es indultado, conmutada la sentencia por trabajos forzados (4 años en Siberia) y posterior servicio militar como soldado raso (1854-57).
No es Dostoievski un burgués acomodado, que rehúye la confrontación dialéctica y de acción, en la medida en la que pueda peligrar su estatus social.
Dostoievski llega a afirmar, tras un profundo desencanto con el socialismo revolucionario, que el socialismo no viene a sustituir de ninguna manera al capitalismo, al contrario, crece en la misma tierra que el capitalismo, es carne de su carne y sangre de su sangre. “El socialismo viene a sustituir al cristianismo, quiere suplantar al cristianismo”.
Nikolay Berdiaev, otro escritor y filosofo ruso, que fue expulsado por el Gobierno Soviético, en septiembre de 1922, que vive muy de cerca la revolución y sus primeros pasos, afirma que “el socialismo marxista está organizado de tal manera que, en él, todo se constituye en las antípodas del cristianismo. Entre las dos doctrinas existe un parecido por oposición”.
De una manera sistemática podemos comprobar cómo, a lo largo de la Historia, estas afirmaciones no son banales.
Si lo analizamos con perspectiva, el socialismo marxista está lleno de énfasis mesiánico, por lo que pretende anunciar la buena nueva de la salvación de la humanidad, de todas sus desgracias y sufrimientos.
No quiero profundizar en estas similitudes, ni en la manera en que se afrontan por parte del marxismo las medidas precisas para ello, ya que nos llevaría a una extensión excesiva de este artículo, baste con una última reflexión: no resulta irrelevante el hecho de que Karl Marx fuera judío (uno de los siete hijos del abogado judío Heinrich Marx y de su esposa holandesa Henrietta Pressburg), ni que su padre fuera un hombre inclinado a la Ilustración y a las ideas moderadamente liberales, devoto de Kant y de Voltaire.
Para Marx, en antítesis con Cristo – el Mesías rechazado por las autoridades judías de su época –, el mesianismo corresponde a una misión colectiva, misión encomendada a todo un pueblo, y – para él – ese pueblo elegido por Dios, ese pueblo mesiánico, es el proletariado.
De aquí la necesidad de dar respuestas a todas las preguntas y necesidades del hombre, incluso a las últimas, entre ellas las que se refieren al nacer y al morir.
¿A dónde quiero llegar a parar con toda esta exposición? Pues a que la decisión de Felipe Gonzalez no podía quedarse sin graves consecuencias, dado que el marxismo, en todas las organizaciones – y el PSOE no es una excepción – no define una mera praxis política, sino todo un entramado de valores y creencias, que afectan a la propia razón de ser de la persona.
Felipe Gonzalez no supo ser un Recaredo, rey visigodo (por cierto que este pueblo germánico, que se asentó en la península Ibérica, sobresale por ser el de mayor riqueza cultural de cuantos se asentaron en las tierras del Imperio Romano) que abandonó el arrianismo, en el año 589, convirtiéndose al catolicismo con todos sus nobles; religión esta que era la practicada por la mayoría de sus súbditos.
Algo similar sucede en el PSOE, donde la mayoría de sus bases se declaran católicas (más o menos practicantes).
Felipe Gonzalez mostró solo y exclusivamente una de las dos partes del binomio escolástico “Aversio a Deo” et “Conversio ad creaturas”.
Manifestó en su estrategia la “Aversio a marxismo”, pero no aportó alternativas al desfondamiento espiritual que dicha decisión generaba a la línea del partido. No aportó “conversio” alguna.
Este vacío terminaría pasando factura al partido y a toda la sociedad española, que ha sufrido sus consecuencias.
A raíz de la caída de Felipe Gonzalez, la lucha por el liderazgo en el seno del propio partido, así como la lucha por recuperar el gobierno de España, enmascaró el desfondamiento existencial.
Es este desfondamiento, la perdida de los valores últimos que sustentan la acción, el que ha marcado la política de José Luis Rodríguez Zapatero.
La necesidad de encontrar la “propia identidad”, así como el “sentido último” a su actuación (y a la de sus seguidores) ha hecho que dispararan contra todo lo que se meneaba; pareciendo como si el único criterio valido hubiera sido “el de actuar siempre constituyéndose como antítesis de los valores de la religión católica”.
Parece como si este fuera la última enseñanza extraída de la abandonada ideología marxista.
Solo así se comprenden medidas como “la alianza de civilizaciones”, de la que “quedan excluidas” las que han configurado la Europa de las libertades, los fundamentos de la cultura occidental, los valores judeocristianos.
Esta situación ha llevado a auténticos desastres, en muchos de los cuales han perecido numerosas personas. Mientras se mostraba un profundo escándalo por la supuesta marginación de colectivos emigrantes, integrados por algunos musulmanes, en algunas poblaciones rurales españolas, se ignoraba y silenciaba la matanza de cristianos en Pakistán, Sudan, Corea del Norte, etc.
Se ha incurrido de manera sistematizada en comportamientos incoherentes, aprobándose medidas que daban resultados contrarios a los pretendidos.
Por ejemplo se ha tratado de erradicar la violencia de género, al tiempo se ha hecho una autentica apología de culto al cuerpo, al placer sexual e incluso a la promiscuidad, negando la capacidad de la persona para mantener cualquier tipo de compromiso en el tiempo, anteponiendo los impulsos sexuales a los afectos profundos entre las personas, e incluso propiciando la desvinculación de las personas con los resultados derivados de la naturaleza de algunos actos: resultado, un concepto absolutamente “utilitarista” de la otra persona, a la que no se ve como otro yo, con mis mismos derechos que, a quien debo respetar si deseo que se me respete, sino como un “objeto”, una “cosa”, que “vale” en la medida en que me resulta útil (me da placer, me acompaña en la soledad, me ayuda a llegar más alto, etc.).
En el colmo del disparate se ha llegado a negar el carácter de embriones humanos, a los embriones de nuestra especie; algo que no se le ocurriría a nadie respecto al embrión de cualquier otro animal.
El marxismo tiene sus límites perfectamente marcados, el problema es que esos límites ya son conocidos por todos, y no parece que – a pesar de la nostalgia de viejos militantes, y de las voces de algunos pocos jóvenes mal informados – tenga buena venta política hoy en día en Europa. Por el contrario, el laicismo y/o el zapaterísmo resultan desconocidos en gran medida, en cuanto a sus consecuencias últimas, si bien no parece que – por los resultados obtenidos hasta el momento – puedan aportar mucho bueno para las personas, ya que no pasan de ser “ataques” a unos valores, que son los aportados – si bien no exclusivamente – por el cristianismo.
Cuando alguien pone el énfasis de su identidad en diferenciarse de otro, sea una persona, sea una idea, sea una religión, pierde la perspectiva del sentido último de sus actos (¿qué beneficio aportará a las personas?), limitándose a tomar decisiones por impulsos.
Independientemente de la “calidad” de estos impulsos, esta enfatización – priorización – en los medios, olvidando las razones del fin, suele acabar en fanatismo.
Al fanático de las ideas no le importa en absoluto que, los resultados prácticos, sean totalmente opuestos a los principios que dice defender. No le interesa contrastar sus actuaciones o afirmaciones con la realidad; si la realidad las contradice se ignora la realidad.
Gustave Thibon, en una conferencia sobre “La muerte de las ideologías”, en cuanto a esa tendencia a ignorar la realidad y contradecirse en las actuaciones, a la que son dados aquellos cuyo referente son ellos mismos, manifestaba la paradoja sufrida en su propio país, en el que “los ideales de la revolución francesa eran: libertad, fraternidad, igualdad.
Con respecto a la libertad, se proclamaba en slogans de la revolución: “que no haya libertad para los enemigos de la libertad”. Y los enemigos de la libertad eran aquellos que no tenían las mismas ideas de libertad que los revolucionarios.
Con respecto a la fraternidad, podemos afirmar lo mismo; se decía “sé mi hermano o yo te mato”.
En cuanto a la igualdad, se vieron surgir nuevos maestros, promotores de la igualdad, que desembocaron en la peor de las desigualdades: la desigualdad del dinero, la desigualdad de la burocracia, el parasitismo. Lo “igualizado” no es lo igual, ya que siendo los hombres desiguales por naturaleza, no es posible volverlos iguales, sino por la fuerza, y para ejercer la fuerza, hay que ser desigual.”
Algo similar hemos vivido estos últimos años, en los que “la Memoria Histórica” resultaba válida para algunas “historias” y no para otras.
Como ciudadano de convicciones republicanas, antifranquista hasta que murió Franco (después no le he encontrado el mínimo sentido a serlo), con familiares represaliados por el franquismo, he sentido autentica vergüenza ajena. Como se puede ser tan irresponsable, tan inmaduro, tan sectario.
En definitiva, el PSOE se enfrenta actualmente con un importantísimo reto, y no consiste este en intentar hacer olvidar a los españoles el desastre ético y económico que han provocado en estos últimos años.
El abandono del marxismo dejó una pérdida de identidad que no se puede ignorar por más tiempo. Por el bien de España, el PSOE debe afrontar el reto de convertirse a un socialismo moderno, defensor de las libertades, comenzando con la del derecho a vivir y a practicar una religión.
La transcendencia de de cada persona, proviene de la dignidad que la misma tiene por el mero hecho de ser persona; sin necesidad de previo reconocimiento de ningún tipo, lo que obliga a una protección efectiva de la vida y del actuar y del pensar, para todas ellas.
El PSOE tiene el deber de dejar muy claro a la sociedad si quiere ser un partido político, con un ideario concreto, enmarcado en una sociedad como la nuestra, con unos valores determinados, o si prefiere optar por ser un pseudomovimiento filosófico o religioso, con la defensa de una utopía propia.
En cada caso tendrá que adecuarse al uso de los medios correspondientes.
Lo que ha realizado estos últimos años está más cerca de una acción “confesional política” (nacional-teísmo o nacional-ateísmo, en nuestro ámbito, deben tener la misma consideración), que de un partido político, responsable de administrar correctamente los recursos disponibles, en bien de la sociedad y de sus ciudadanos, propiciando entre los mismos la solidaridad.
Un largo recorrido por delante, que cuanto antes se acometa mejor será para todos.